Muy pocas veces en la literatura se produce este milagro de hermosura y profundidad: La Isla del Cundeamor no sólo es Cuba; también la transmite al lector, y se la pone en el alma, para que haga con ella lo que quiera. Amarla, por ejemplo. Huir de ella. Desearla. Prometerle futuros. Esta novela es como un país.