Conocimos el periodismo narrativo cuando un libro de formato pequeño y papel periódico llegó a nuestras manos con las historias de un país rural, cruel e insignificante para sus gobernantes; hombres que pasaban las tardes en los clubes bogotanos mientras los colonos morían de paludismo en los territorios vírgenes de los Llanos Orientales. Años después empezamos a buscar respuestas a las múltiples inquietudes que enredaron nuestras vidas al leer Colombia amarga. Juan José Hoyos Naranjo -periodista sin afán y maestro comprensivo- apareció para enseñamos que si no encontrábamos nada más placentero que caminar por la ciudad en busca de un hecho interesante para luego escribirlo como historia, dejáramos reposar esas preguntas y simplemente saliéramos a gastar la suela de los zapatos como lo había hecho Gay Talese, y a flagelamos con el mismo látigo que Dios le había dado a Truman Capote, a él y, según entendimos, a nosotros también.