David Arqueros es un joven corrector de pruebas que decide basarse en los últimos días de vida del pintor Alfredo Valenzuela Puelma (1859-1909) –autor del primer desnudo de la pintura chilena– para escribir una novela titulada Divino M. Los cálculos del autor que medita su texto, y unos escritos inéditos del escritor Augusto D’Halmar (1882-1950) encontrados en un museo, donde se narran los últimos días del pintor ya sumido completamente en la locura en París, pasan a ser parte del material de trabajo para su proyecto de novela. El joven autor elige tres pilares para construir su obra, pero ciertos asuntos de su cotidianidad se interponen ante el cumplimiento de sus objetivos: Justiniana, la anciana mujer que le arrienda un la habitación donde vive, fanática de la ornitomancia, descubre misteriosos mensajes en el vuelo de los pájaros que circundan la casa compartida, y la vida de David Arqueros queda expuesta a un abismo de realidades inesperadas.
La estructura ósea, la masa corporal y la cubierta de un ave no garantizan el vuelo, y la base, elevación, y techumbre de una construcción no constituyen la casa, de la misma manera que el código lingüístico, la secuencia y lo narrado no son lo que se lee en una novela. Estas tres áreas necesitan de una intencionalidad, de un impulso a volar, a habitar, a ser ficción. Ovando Silva vuela, habita y hace posible realidad esa ficción entramando el relato desde esa intencionalidad explícita.
En Casa Volada, el lenguaje no se da por hecho, sino que cambia con el tiempo del relato, y la lectura, tal como cambian los espacios de las aves, de la casa, de la relación que se establece con la que llega, y genera vínculos que alteran la propia redacción de la obra, el entorno de vecinos y las circunstancias. Esta historia se hace desde sí misma, y necesita un cómplice, el lector -Carlos Cociña
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Mario Fabian González RojasTuesday, February 11, 2014
