Yanis Varoufakis, el ministro de Finanzas griego que ha desafiado a la cancillería de Angela Merkel y a la Comisión Europea, que se ha resistido a poner en marcha el draconiano programa económico de austeridad marcado por el FMI y el Banco Central Europeo, demuestra que la crisis financiera no es producto del despilfarro ni de la corrupción, que la austeridad extrema dista mucho de ser la solución. Varoufakis acusa a los voraces bancos —sobre todo los alemanes— que prestaron dinero sin control y que hoy en día consumen en los intereses de esos préstamos el 95% del manto del rescate financiero destinado para Grecia. La solución a esta crisis económica y social no está en la austeridad extrema; está en la inversión productiva y en el apuntalamiento de la seguridad social. En la crisis griega encontramos solo la punta del iceberg de la crisis de todo el sistema financiero Occidental. Una crisis que alimenta la voracidad del Imperio estadounidense que, como el monstruo de Minos, cada año exige el sacrificio de un puñado de pueblos débiles, a los que engulle para subsistir.
