Durante la fiesta de la Asunción de 1217, Domingo de Guzmán dijo a sus hermanos, los miembros de la recién Orden de predicadores: “El trigo amontonado se pudre, pero cuando se esparce da fruto abundante”. Este acontecimiento, que ha llegado a construir un hito de los primeros años de la orden de predicadores, podría verse también como anticipación de la diversidad con que el espíritu dominico se ha expresado a lo largo de la historia. Dominicos fueron Tomas de Aquino y Martin de Porres, Pedro de Verona y Giordano Bruno, Rosa de Lima y Catalina de Siena, Alberto Magno y Fray Angélico, Henri Didon Y Giorgio La Pira. La lista podría extenderse en el tiempo y en el espacio, conjuntando figuras que, pese a sus notables diferencias, coinciden en su intensa búsqueda de la verdad y en su afán de compartir con los demás el fruto de su contemplación. Pareciera, entonces, que solo es posible poner en valor el legado dominico en la medida que se aprende a conjugar la sencillez de su carisma con la diversidad de hombre y mujeres que lo han encarnado. Este volumen, entonces, hace una descripción de la vida de dichas figuras a la luz de sus aportes o enseñanzas desde la Orden de predicadores.