resulta de sentido común aquello de que las estatuas ni hablan ni se mueven. es algo que está en la esencia de su hierática rigidez, observando con sus miradas congeladas más allá de las distancias y de los tiempos, más allá de los hombres. nos es inalcanzable, sin embargo, aproximarnos a sus sueños y pensamientos. soñarán quizás con las mutaciones de su entorno, que desde la atalaya de sus pedestales atestiguan la inequidad e inevitabilidad del paso del tiempo –a las que resultan, por cierto, inmunes-; y pensarán posiblemente frases tales como que el tiempo se detuvo hace algunos trenes. y sus pensamientos, con certeza absoluta, se constituyen en versos, pues la prosa es para los mortales. francisco bassignana, estatua que traiciona momentáneamente su condición marmórea al plasmar en palabras sus pensamientos en verso, nos recuerda que seguirás quieto entre los sombreros y los colores de un sombrero, con la mirada arremangada en los codos de un mantel, con la boca apagada, entre los cigarros que nunca habrás de fumar, añorando aquello que fue y que ahora representa.
