Cansada de la convivencia con Casimira, amiga de mi difunta abuela, quise mudarme. Razón suficiente como para ir a la inmobiliaria donde trabajaba Lila, mi amiga.Luego de ver fotos de algunas viviendas y no sentirlas como mi futuro hogar, me dieron una última opción, la Siete treinta y tres; una vieja casona habitada por el fantasma de su antigua dueña. Como no creía en la existencia de los espíritus decidí visitar la propiedad, y, finalmente la compré.En ella encontré unas misteriosas baldosas, las cuales guardan una historia, una historia que sucedió hace varios siglos atrás.