Estas no son fábulas para niños, aunque en ellas aparezcan caballos que hablan y monos que discuten. Tampoco son cuentos de hadas, a pesar de los duendes, las princesas, los castillos y los seres invisibles. Son pequeñas lecciones morales desprovistas de moralina y certeras sátiras de la estupidez y la crueldad del hombre en cualquier tiempo y lugar. También excelentes manifestaciones del cuento fantástico, un género que Robert Louis Stevenson trató como pocos en obras como Los ladrones de cadáveres o El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Dotadas de una atmósfera onírica que en algún caso prefigura, con décadas de anticipación, la estética surrealista, las Fábulas del genial autor escocés aciertan a desentrañar las peculiaridades del alma humana y las paradojas de la existencia, siempre desde una ironía y una comicidad radicalmente contemporáneas. Junto a las fábulas, que Borges calificó como secreta obra maestra, la presente edición se completa con dos relatos de muy distinto signo: La isla de las voces, perteneciente a la etapa samoana de Stevenson, en la que se trata el viejo tema del periplo en pos del conocimiento; y Will el del molino, una historia sobre las decisiones equivocadas y el libre albedrío. Menos conocido que La isla del Tesoro o que Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, el cuento de Will el del molino era considerado por Henry James como la obra maestra de Stevenson, que por su pureza y simplicidad alcanza la perfección de una historia zen.
Escritor escocés, Robert Louis Stevenson, nacido en Edimburgo el 13 de noviembre de 1850, está considerado uno de los clásicos de la literatura del siglo XIX.
La literatura de Stevenson se centra en novelas de fantasía y de aventuras, dando como resultado una excelente producción que le valdría el éxito popular. Obras como La isla del tesoro (1883), El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886) o Flecha negra (1888) han sido traducidas a decenas de idiomas y adaptadas al cine, el teatro o la televisión en multitud de ocasiones.
Debido a su frágil salud, Stevenson viajó por el mundo entero en busca de climas más saludables, convirtiéndose en un experto de la literatura y el ensayo de viajes.
Sus últimos años transcurrieron en las Islas Samoa, donde murió el 3 de diciembre de 1894.